A veces miro el pasado y solo veo mis errores.
Da igual cuanto haya hecho bien, solo puedo ver lo que podría haber hecho mejor. Solo puedo recordar cuando repetí un mismo error. Solo puedo pensar que me volveré a equivocar y añadiré más dolor a la lista de fracasos.
Sé que no sirve para nada regocijarse en los errores. Mirar y aprender es útil, pero a partir de ahí hay que dejarlos marchar.
Pero me siguen paralizando.
Estoy trabajando para hacer cosas, importando más el hacerlas que el resultado final. Tratando de evitar grandes errores simplemente tratando de ir paso a paso.
También intento aprender a perdonarme. Y a perdonar a los demás.
A mirar los aciertos, a darles más peso, porque es mucho más fácil equivocarse y hacer las cosas mal que hacerlas bien.
Y a recordar que los errores siempre tienen al menos una consecuencia positiva: si no sé aprender, al menos me mantendré (un poco) más humilde. Todo error me da un poco más de capacidad de mirar a los demás y entenderles, preguntarme ante lo que hayan hecho "¿qué les ha podido llevar a hacer esto?".
No habrá perfección, habrá culpa, pero también habrá aprendizaje si se ponen las cosas en perspectiva. Si se recuerda que todo forma parte de la vida. Que nuestra forma de pensar y percibir las cosas está mediada por nuestro entorno, nuestras vivencias y otras cosas que no podemos controlar.
Es más fácil perdonarse si recuerdas la confusión de la vida, si recuerdas todas las fuerzas que empujan, si asumes la imperfección y la abrazas.
Es más fácil si, cuando hayas descansado un poco, vuelves a caminar como puedas.
Porque evitar a toda costa el error, es un error en sí mismo.
Si tú te equivocas,
intentaré mirarte desde mi error
abrazar tu dolor
compartir el peso
de ser imperfectos