Debajo de mi cama vive un monstruo.
Es muy ruidoso y le gusta jugar conmigo, no me deja dormir por las noches, pero de día no se queda tranquilo tampoco.
Me suele acompañar a todas partes, aunque es tímido y se esconde cuando estoy con gente.
Es más bien pequeñito, pero pesa mucho y le gusta subirse a mi hombro a desequilibrarme y susurrarme cosas.
Yo intento quitármelo de encima, pero se engancha en mi pelo y, aunque logre quitármelo, es muy persistente y vuelve a subirse en cuanto me descuido.
Le gusta hurgar en las heridas y canturrear en bucle. Detesta la tranquilidad y no entiende el significado de la palabra paz. Sólo quiere divertirse a mi costa.
A veces logro ignorarlo, pero siempre se inventa una nueva forma de desquiciarme.
Sabe muy bien dónde duele, pero también conoce muy bien lo que me gusta y sabe perfectamente cómo convencerme de que haga lo que él quiere.
Porque, aunque sea un monstruo, tiene mucho encanto y es muy inteligente e ingenioso.
Pero a mi no me engaña. Es perturbador y su única intención es absorber mi energía.
Hay veces que me gana por agotamiento y simplemente le dejo ahí. Y entonces lo único que puedo hacer es coger fuerzas, quitármelo de encima y esperar a que un día aprenda la lección y se canse de jugar conmigo.
Otro día, otra lucha.